El poder de elegir mi historia

De la serie REFLEXIONES - ADENTRANDO EN LA CONCIENCIA

Lo vi venir.

Pero igual dolió. Me hice una bolita y lloré. Es raro, lo he vivido tantas veces y aun así el hueco llega y sin piedad, construye un nido en mi estómago. Poco a poco empiezan a llegar los visitantes habituales de ese estado mental tan tentador: el enojo, el resentimiento, el "pobre de mí", el evaluar el tiempo invertido como una pérdida; los complejos, la soledad.

Quise no hablarle más. Era el único pedacito de control que me quedaba, mi única arma de fuego. Fue justamente lo que me pidió, no perdernos, seguir ahí el uno para el otro, aunque no fuera como pareja, seguir siendo amigos. Como choca la palabra "amistad" en este tipo de conversaciones.

Salí a respirar para caminar. Lloré de camino. Me devolví por un tabaco que tenía en la casa. Y volví a salir, medio disimulando mis lágrimas mientras deambulaba por las calles del Mission District en San Francisco. No paré hasta llegar a un parque que, irónicamente, se llamaba "Dolores".

Mientras subía la cuesta para encontrar un espacio donde sentarme, noté el color del zacate, la manera en que la luz estaba alumbrando ciertos segmentos en ese preciso momento, generando un juego de luz sutil. Con solo eso, esa capacidad que tengo de notar esas cosas extraordinariamente bellas en la naturaleza, sentí tranquilidad en el pecho. Algo empezó a cambiar dentro de mí. Ya sentada y observando a las personas a mi alrededor, me di cuenta que se me estaba presentando un momento de elección que influenciaría drásticamente mi estado de ánimo las próximas semanas, quizá meses.

Hay una historia de dos personas que se quieren, que sufren por cosas distintas pero que hacen lo mejor que pueden, y que a pesar de sus intentos y aprecio mutuo simplemente no fluyeron como relación de pareja. Hay otra historia de una mártir que lo dio todo por un año, una idealista del amor que creyó que dando el ejemplo derrumbaría muros, y que decepcionada terminó dándose cuenta que lo que intuyó desde un inicio era cierto: no tocaba.
Aun así, qué cansado. Qué doloroso pensar que uno sirvió para ser una muletilla desechable. Y qué rico para él recibir el amor, la compañía, el chineo y el apoyo en los momentos difíciles por los que estaba pasando. Y con qué facilidad lo deja ir cuando se asoma mi deseo de sentirme más segura. Además ni se imagina el esfuerzo interno que fue comerme los estallidos de sentimiento que ardían por salir; la vulnerabilidad reprimida que añoraba ser visible, la inseguridad e impaciencia que me generaba ir a un ritmo tan antinatural para mí…

Qué tentadora es la segunda historia. Qué ganas de quedarme ahí, golpeada y resentida. Pero la parte profunda en mí que conoce la verdad sabe que no es cierta. Eso es lo que pasa cuando empezamos a darle importancia a la intuición; las cosas se vuelven discernibles, aunque a menudo es incómodo con lo que nos encontramos.

En este caso ese saber me confrontó con una realidad poco elegante. Podría usar esa historia para hacerlo sufrir, para inculcarle culpa, para hacerle creer que todas las dudas provenían de él, que arruinó algo que pudo haber sido duradero. ¿A quién estoy engañando? Y qué intenso es el deseo de castigar cuando sentimos dolor.

Llevaba unos quince minutos de estar sentada cuando empecé a sentir frío en la espalda. Agarré el abrigo negro que había usado de almohada y me lo puse. Poco a poco el negro de mi chaqueta empezó a absorber calor, regalándome un calorcito sublime en la espalda, casi un abrazo.
No pude evitar notar la metáfora. Lo que me deja sobrecogida es la inmediatez con la que puedo ver la belleza de la vida manifestándose en un abrazo simbólico, en el aprendizaje obligatorio que nace de la oscuridad. Flotando, sí; en el mar de la libertad absoluta.

Ahí estaba: el regalo de la elección.

Prefiero elegir amor. No quiero generar una pieza más de separación en este mundo profundamente fragmentado. Quiero apostar por el amor, quiero ser cada vez más una fuente inmensurable de compasión. Elijo perdonar y por ende, perdonarme. Ser libre. Al cultivar a la compasión como compañera, soltar con gracia no sólo es posible, es real, desde adentro.

Conforme se acomodó ese saber que habita profundo en mi corazón, y que está conectado a cosas mas allá de mi experiencia individual, sentí una expansión interna inmediata. La sensación era palpable y muy amorosa; le di espacio para que creciera y simultáneamente empezaron a llegar pensamientos de todas las cosas positivas que resultarían de esta separación, y supe con toda certeza que era lo mejor. Es como estar flotando en un mar de confianza, de amor al misterio, de aceptar plenamente lo que es, y agradecer lo que fue.
Entendí lo sagrado del momento y no lo cambiaría por nada.

Caminé de vuelta a la casa reconociendo una transformación interna y una profunda satisfacción en darme cuenta no sólo del poder que tengo sobre mis sentimientos y mi experiencia de una separación, sino también habiendo experimentando una especie de guía divina de dónde tengo que concentrar mi energía en este momento. Según lo que pude ver y entender, lo que me espera es precioso.

Y en los momentos difíciles, que sé que habrán mientras se sana, tengo la manera en que me conmueve la música para recordarme de mi fragilidad humana, la forma en que se siente el mar cuando me acaricia los pies, la belleza de la naturaleza que le canta a mi espíritu, y la certeza interna que llevo como bandera ante la vida de permanecer con el corazón abierto, honrando el camino de la vulnerabilidad. Topar con personas que no pueden estar conmigo en ese espacio, especialmente una pareja, es muy doloroso, pero al mismo tiempo sé que mi alma comparte esa fragilidad con otras, en eso no estoy sola. En vez de sentirme derrotada y tentada de cerrar mi corazón por el duelo, me siento empoderada por la apertura con la cual he vivido y quiero seguir viviendo mi vida.

El mundo, desnudo en toda su belleza y todo su dolor, sigue ahí. Y eso no va a cambiar sin importar con quien termine.
...

Esa noche tenía tiquetes para presenciar una conversación íntima entre dos escritores. Como me suele suceder en momentos de mucha apertura y sensibilidad, sentí que todo lo que dijeron le habló directamente a mi experiencia. Pero fue una frase en particular que resonó en lo más profundo de mi ser y que quiero llevar conmigo siempre:
"No se trata de perfeccionarse a uno mismo (comiendo meticulosamente sano, meditando todos los días, siendo el mejor yogui, trabajando obsesivamente por tener el mejor cuerpo); se trata de perfeccionar nuestra manera de amar."

Por Christine Raine

 
Talleres imagen color.jpg

Talleres

Retiros imagen color.jpg

Retiros

Anterior
Anterior

Viento Solar - Oda a Don José Echeverría

Siguiente
Siguiente

Liderazgo colaborativo