La importancia de reconocer y abrazar nuestras emociones.

En un mundo donde se nos obliga ser felices, es un lujo permitir sentirnos tristes. La idea, desde luego, no es regodearse en la tristeza o hundirnos en un soliloquio de autoconmiseración, sino simplemente reconocernos ahí y prestar atención al mensaje oculto detrás de la emoción, en vez de resistirnos y huir. La no-resistencia es usualmente el ingrediente alquímico de toda ecuación.
El ser humano es complejo y compleja es también la manera en que cada quien procesa su propio mundo interior. Lo cierto es que dentro de la gama de emociones no existen en realidad aquellas que son de carácter positivo o negativo, las emociones en todo caso, son agentes mensajeros que nos proveen información sobre necesidades satisfechas o insatisfechas en nuestra vida.
Hoy en día hay una epidemia de positivismo, que no necesariamente es tan positivo. Este bombardeo comercial de “bienestar” atenta con arrebatarnos la posibilidad de abrazar con naturalidad los aspectos integrales de nuestra condición humana. El ser humano no es siempre solamente feliz, la tristeza - y otros estados símiles - también coexisten en el océano de nuestro sistema astral. El problema es que no se nos enseña a ver con ojos filosóficos el amplio espectro de las emociones, ni mucho menos cómo lidiar con estas. Se nos complica entonces aceptarnos en la soledad, la angustia, la tristeza, la culpa, el miedo, etc. Porque socialmente son emociones no permitidas que denotan carencia. Esta falta de entendimiento y aceptación le da un tinte surreal a la emoción, es decir, la sobredimensiona y la patologiza, propiciando un terreno fértil para una complicación mental de mayor grado.
La tristeza tiene su razón de ser, ya que nos proporciona el espacio para buscar una mayor intimidad con nosotros mismos, nos invita a callar, a reflexionar, a contemplar. Así como la alegría es una representación simbólica de lo infinito, la tristeza por su lado, representa aquello que es finito. Nos hace humildes, nos rebaja (en el buen sentido de la palabra), nos arrebata la postura “invencible” en la que a veces creemos estar y nos postra ante la fractura de la existencia para recordarnos lo ínfimos que somos, y eso, para algunos, es un trato valioso. Ya decía Tolstoy que; “para mantener la cordura, el hombre debe tender un puente entre lo finito y lo infinito”.

Para cerrar este texto me gustaría incluír las palabras de Rumi en relación a las emociones;
"El ser humano es una casa de huéspedes.
Cada mañana un nuevo recién llegado, una alegría, una tristeza, una maldad.
Cierta conciencia momentánea llega
como un visitante inesperado.
¡Dales la bienvenida y recíbelos a todos!
Incluso si fueran una muchedumbre de lamentos que vacían tu casa con violencia,
aun así, trata a cada huésped con honor,
puede estar creándote el espacio para un nuevo deleite.
Al pensamiento oscuro, a la vergüenza, a la malicia, recíbelos en la puerta riendo
e invítalos a entrar.
Sé agradecido con quien quiera que venga
porque cada uno ha sido enviado como un guía del más allá."

Por Fadrique Cordero

 
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