El Valor De La Compañía: Curso Intensivo De Una Semana
De la serie REFLEXIONES – ADENTRANDO EN LA CONCIENCIA
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La noche antes de Halloween tenía dos opciones: ¡fiestón! de disfraces en una discoteca con amigos, o acostarme temprano para ir a una caminata en la montaña al día siguiente. Ésta, normalmente hubiera sido una decisión fácil, pero ese día, imaginarme bailando en anonimato en medio de cientos de personas, sumergida en luces y sustancias artificiales, desconectándome completamente del mundo, era una gran tentación. Quería sentirme libre, y aun así sabía que de cierta manera, era una decisión entre más desconexión o al contrario, conexión. ¿Por qué tanta tentación?
El viacrucis llegó al final de una de esas semanas tremendamente difíciles, esas donde todo se siente cuesta arriba.
Empezó con una noticia el lunes a primera hora, que me enojó tanto que me dejó un tanto asustada. Tenía planeado trabajar sobre una presentación que mi colega había quedado en entregarme hacía 4 días, y cuando se la pedí no la tenía lista. La preocupación de pensar que no contaría con ella para una reunión importante de la tarde, fue tal, que duré dos horas recuperándome de un ataque de cólera. Así como lo oyen… DOS HORAS recuperándome. El tiempo que tenía pensado avanzar en brete la pasé desahogándome, tirada en un biomat, respirando, y tratando de entender porqué me exponía a situaciones como ésta.
Una de las maneras en que me doy cuenta que no estoy resiliente, es cuando algo incómodo o molesto (un estímulo) me genera una carga emocional y una reacción, de la cual me cuesta mucho recuperarme. Reacción sobre presentación no lista: bandera roja.
Cuando llegué a la casa esa tarde, estaba tan cansada que no podía pensar, literalmente no reaccionaba. Me sentía paralizada, lo que llaman "burnt out" o quemada. Lloré un poco. Sabía que tenía cosas muy importantes que hacer, y no podía. Haciendo cuentas, me di cuenta que llevaba más de 12 días de trabajar sin parar, incluidos dos talleres (uno de fin de semana) que organicé e impartí en el medio. ¿Habrá sido causalidad que me sentía así justo el día que tenía que entregar la propuesta de trabajo más importante de conversABLE hasta el momento? Pensé en cancelar la reunión de trabajo que tenía por la tarde, por dicha no lo hice, porque iba acompañada de un amigo, que no solo pasó por mí a la casa, sino que me escuchó todo el camino de ida y toda la presa de vuelta. Ese espacio de ser escuchada amorosamente y sentirme acompañada en medio de esa crisis, se sintió como un milagro. Tremenda "casualidad", porque me cuesta mucho pedir ayuda cuando me siento así.
Consciente de que no estaba bien, cancelé todo lo que tenía que hacer de trabajo el día siguiente. Me fui a correr, a nadar, me regalé un masaje y me comí una hamburguesa; todo esto con el objetivo de tratar de volver a la funcionalidad. En la noche, ya sintiéndome un poco mejor, fui al ensayo musical que teníamos programado, a tratar de sobrevivir una práctica más, súper tensa. Todo para recibir, al concluir el ensayo, una bomba atómica en forma de noticia inesperada que me dejó perpleja a otro nivel. Mi balsita interna, que lentamente regresaba a su centro, se vio arrojada a las profundidades del mar una vez más.
Paréntesis. Resiliencia: la capacidad de hacerle frente al momento presente. Lo veo como una metáfora en donde nuestro centro es una balsa que habitamos en medio del mar. Así como a veces el mar está tranquilo, en otros momentos la vida nos tira olas (de todos los tamaños) y genera turbulencia. La resiliencia es mi capacidad de volver a esa balsita, cuando una ola (circunstancia de vida o estímulo intenso) me arroja al mar. ¿Qué tan rápido logro nadar de vuelta a ese estado interno de paz interior? Claramente, ya venía con la resiliencia por el piso. Me sentí tan rara y fuera de base, que unos minutos después, como guiada por algo fuera de mí, me encontré sentada en un bar sola, como en las películas: cabeza arrecostada sobre el brazo, mirada perdida y cerveza en frente.
Los días siguientes estuve como dormida en vida, o más bien desconectada. Me estaban pasando varias cosas simultáneamente que me llevaron a retraerme y evitar contacto humano. Por un lado, me sentía incómoda de quejarme por estar tan abrumada, porque tiene un lado implícito de tener mucho trabajo, lo cual en teoría, debería de ser bueno. Voz interna: "Deberías estar gozosa por todo lo positivo que está sucediendo en tu vida; sos una malagradecida." (¡Demonios, soy una malagradecida!). Además de eso, estaba teniendo emociones muy intensas de enojo, una tremenda falta de claridad y me sentía muy herida...
Cuando estoy en esos momentos tan oscuros, me escondo en una caverna hasta sentirme preparada para confrontar al mundo, porque me siento avergonzada, y porque siento que nadie los quiere vivir conmigo. Es ahí donde se asoma la belleza en todo esto; en el regalo que me dieron las personas que insistieron en que me expresara, y que me escucharon. Se me aliviana el alma y se me ponen los ojos llorosos con solo recordarlo: hay personas que están dispuestas a acompañarnos en la oscuridad.
¿Por qué la decisión sobre qué hacer la noche antes de Halloween fue tan simbólica?
Porque representa una decisión a la que todos nos vemos enfrentados: ¿confronto la dificultad del momento con distracciones, o busco la manera de conectar conmigo misma, y agarrarme de ese centro interno en medio de la demencia?
Así como las caídas son parte de la vida, y a veces nos cansamos a tal punto que sentimos que no lo vamos a lograr, es hermoso notar lo que recibimos cuando buscamos ayuda proactivamente y tomamos decisiones conscientes a favor de nuestra recuperación. En el momento de elegir, me acordé de una carta de I-Ching que me había tocado recibir el domingo. Decía que en momentos de dificultad, recurriera a mis recursos internos. Cuando la leí me sentí incómoda porque justamente había preguntado por mi semana (sabía que se venía mucha cosa importante) y me olí que me iba a tocar duro. Ahora se siente como una premonición. A la hora de escoger, elegí conexión.
El sábado por la mañana, mis dos amigas, mi perra Lila, y yo nos adentramos a las imponentes montañas de Escazú. Mi amiga guía, como una especie de Frodo, nos llevó por una aventura llena de matices, intenciones y símbolos naturales que se desdoblaban ante nosotras en cada parte del camino, invitándonos a reflexionar. Jugar, imaginar, hacer rituales de soltar, sonreír con alas en vuelo y ver a Lila tan contenta me convirtió en una alquimista transformadora de emociones y experiencias. Una vez más sentí como mi contenedor interno se expandía: en aceptación a las situaciones difíciles que no puedo cambiar, aprendiendo a vivir con necesidades insatisfechas y aun así celebrando el recorrido. La caminata a Pico Blanco ese sábado, día de las brujas, fue un recorrido mágico.
A veces somos tan duros con nosotros mismos, que se vuelve necesario reconocer cuando hacemos las cosas bien. Algo que me gusta de la persona que estoy cultivando, es que cuando me desplomo soy proactiva en tratar de recuperarme, haciendo las cosas que me gustan y me conectan conmigo misma.
Ese día en la montaña, viendo a otras personas que también habían elegido pasar su sábado caminando en la naturaleza, entendí que las personas resilientes BUSCAN los espacios para fortalecerse. La resiliencia no es algo que pasa, es una elección. Poder cumplir con tareas de gran peso en mi vida profesional, aún en medio de tanto caos emocional, me probó algo importante: puedo levantarme ("rise up to the occasion") cuando necesite hacerlo. Puedo confiar en mis recursos internos para triunfar, aun en los momentos de más carga emocional.
Soy fuerte, sí. Soy humana y me quiebro, sí. Compartir mi vulnerabilidad con otros, me hace aun más fuerte; ese fue el otro mensaje clarísimo que aprendí esta semana: arriesgarme, siendo vulnerable ante personas que me escucharon, afortunadamente, de manera amorosa y sin juicio fue sanador. La compañía en los momentos difíciles es transformadora. Casi nunca me doy el lujo de llorar desconsoladamente en frente de alguien. Quiero hacerlo más a menudo.
¿Y cómo termina esta curiosa semana? Con una visita inesperada de una amiga a nuestra casa, que con toda la naturalidad del mundo nos comparte, que se había enamorado ese mismo día. Qué honor sentir la energía de la vida a través de ella y su felicidad. Y como si eso fuera poco, terminé la noche (o madrugada) entrelazada con mi fiel y peluda compañera Lila, el nuevo integrante de nuestra imperfecta y hermosa familia, Gatito Blanco, y mi amiga y compañera de casa; recordándome que la felicidad siempre está ahí, en los momentos más banales y las situaciones más cotidianas.
Por Christine Raine
Editado por Catalina Mora y Tanya Raine