Contenido Por Encima De Los Detalles

De la serie EXPERIENCIAS - INCIDIENDO EN EL MUNDO
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De mi pasado como alumno (maternal, kínder, primaria, secundaria, universidad y postgrado), me es mucho más fácil recordar mis cursos y profesores favoritos, que los del fondo de mi lista. Pero podría jurar que es una decisión tomada en mi subconsciente, o sencillamente atribuir el hecho a la memoria selectiva. Sin embargo, también recuerdo a mis “profes villanos” con mayor facilidad que a los de media tabla, y esto ya no lo atribuyo a una elección personal, ni tampoco puedo recordar o reconocer en ellos sus enseñanzas. Le concedo esa capacidad de venir fácilmente a mi recuerdo, a la memoria emocional. El “bullying” de profesores y/o compañeros, también nos marca en el camino, inclusive cuando somos solo testigos en la escena.

Nunca podré sacar de mi memoria, como si hubiese sido mi primera película, la imagen de mi profe de francés de primer grado, acercándose a mi compañerito de 6 ó 7 años, del que me quedaron grabados su cara blanca, sus colochos y su nombre: Gustavo. Recuerdo, que el profesor le había hecho una previa advertencia de callarse y poner atención a la clase, pero luego, decidió reemplazar una segunda advertencia por un acto bastante inesperado para todos los presentes, excepto para él, obvio. Se paró frente al chiquitín, quien se fue callando (como con efecto de “fade out”) mientras veía al profesor acercarse. El fulano se agachó mirándolo fijamente a los ojos, agarró la silla por sus patas traseras y apoyó las delanteras contra su pecho de adulto, y la levantó con todo y Gustavo, a unos 2 metros del piso, por encima incluso de su propia cabeza. Desfiló al pobre Gus frente a toda la clase como si fuera una especie de Reina de Pueblo, y éste, solo tuvo chance de agarrarse a la silla cual mono en ventolero, mirando nuestras caras, tan incrédulas como la de él; juraría que buscando explicación en alguno de nosotros. Debe haber sentido como mil espejos devolviéndole su propia expresión de susto.

Si semejante demostración de poder autoritario y fuerza bruta quedó instalada para siempre en mi memoria, y probablemente distorsionada por mi percepción de niño, no quiero ni imaginar lo que fue para él, ahora de 37/38 años. La escena terminó, cuando el Monsieur, lo depositó fuera del aula en medio pasillo, cerró la puerta y continuó la clase con actitud y mirada de “aquí no ha pasado nada, ¿alguien más quiere seguir desobedeciendo?”.

Mi síntesis, a lo contado en el párrafo anterior, es que la memoria emocional nos conecta con los detalles de las historias de nuestras experiencias traumáticas y dolorosas, pero casi nunca con las enseñanzas, nunca con el contenido. Yo mismo, recuerdo los detalles de esa historia, pero eso no me convirtió exactamente en un alumno recatado o hiperatento en clase. Lo mejor es que ¡a Gustavo tampoco! Lo recuerdo siempre como un compañerito inquieto, participativo, disperso, que probablemente sólo el resto de aquel día (el de la historia) intentó ir contra su propia naturaleza y permanecer callado. Afortunadamente continuó siendo él.

Por el contrario, de mis profes preferidos, tiendo a recordar de manera bastante aceptable los detalles, y de forma mucha más profunda sus enseñanzas.

Treinta años después de esa historia soy arquitecto y profesor. Ningún otro rol en mi vida me había demandado (¡y ofrecido al mismo tiempo!) tanta cantidad y calidad de empatía como el de “Profe”. Y no es que mis otras facetas no lo requieran, pero en este caso, hago énfasis por esta búsqueda tan actual y nunca antes más importante, de diseñar nuestro día a día desde la pasión. Y es precisamente ese reto de tener que conectar primero, para comunicar después, el que me despierta a ella.

Para mi sorpresa, la docencia, específicamente en arquitectura, me ha acercado a la empatía más que cualquier otro proyecto personal. Nada me había ofrecido esa posibilidad directa y personalizada, de practicar empatía y conectar con otro ser humano, con sentimientos y necesidades, algunas diferentes a las mías, otras compartidas (quiero pensar): por ejemplo la de aprendizaje, pero sobre todo la de conexión, en el caso de ellos, con su Profe.

Creo que encontrando en los resultados diariamente tangibles, los efectos de dicha conexión, (logrados con la mayoría de mis estudiantes), y al verme realizando mi mejor intento diario de ponerme en sus zapatos, es como he podido comprobar más eficaz y efectivamente, la validez de la Comunicación No Violenta en mi vida.

Hay que decir que les llevo una “ventaja”, que ahora más que nunca veo como una responsabilidad: yo ya fui estudiante de arquitectura, ellos en cambio, nunca han sido profesores. Conozco muchos de sus miedos y frustraciones, pues también los fueron míos, y creo saber también, cuáles son sus mayores gratificaciones y reconocimientos. Esto me obliga a ser creativo al buscar la manera, de que en todo momento se sientan al alcance de dichos objetivos, inclusive con aquellos que estén más rezagados en procesos y calificaciones. Entiendo que si un grupo pierde la esperanza en poder alcanzarlos, por más teoría que se maneje, regaños, o intento de disciplinarlos, el esfuerzo sería estéril, y yo habría fracasado en mi tarea de entusiasmarlos. Eso sí, nunca paro de repetirles que es responsabilidad de ellos mismos y de nadie más alcanzar sus propios objetivos, y les reitero mi confianza en su capacidad y madurez para ello. Pero, si siento que eluden a ese deber, lo primero que hago es recordárselos. Así me aseguro (y les aseguro), que alcanzar el ritmo de sus compañeros queda sujeto a una decisión personal, y por consiguiente, a su propia responsabilidad, interés y beneficio.

Soy reiterativo, en explicarles todos los primeros días de clase, que desde mi perspectiva existen 2 grupos de estudiantes. No son precisamente los buenos y los malos, como solía escuchar yo de algunos profes, sino “los que quieren” y “los que no quieren”, y los insto a ser sinceros con ellos mismos en todo momento. Lo que sí suelo guardar para mi confidencialidad, es que tengo mi plan B para el segundo grupo. Es aquí donde veo el verdadero reto como profesor: gracias a la Comunicación No Violenta, también he entendido que el “no querer” se deriva de muchísimas razones y circunstancias muy complejas, las cuales suelen ser convertidas en juicios simplistas, erróneos o sesgados por parte de los docentes, cuando más bien debería representar una tarea obligatoria el indagar, analizar y comprender, para ofrecer estrategias que devuelvan al estudiante a un estado de deseo por el aprendizaje, o en último caso, de comprensión y superación a sus propios bloqueos. Es muy común que los profesores, con el afán de imponer disciplina, orden, o un mal llamado “respeto”, martillemos sobre sus propios miedos, errores y carencias, obteniendo, además de un estudiante desmotivado y con falta de confianza en sus capacidades (como si esto fuera poco), una desconexión total en la interacción con el docente, lo que resulta, prácticamente, en una condena a su fracaso en el curso.

Frases o preguntas como: “¿porqué mejor no se va para la casa con su maquetita, y se piensa 5 veces si lo que usted quiere estudiar realmente es arquitectura?”, y derivados de ésta, con variaciones en el grado de violencia que contiene, eran pan de cada día en mis épocas de estudiante universitario. Ni si quiera se veía raro (hasta risa les daba a muchos de los compañeros) ver a otro ser objeto de semejante pregunta. Se asumía y aceptaba que un profesor arquitecto tenía derecho a ser un matón, o “bully”, y que eso irónicamente lo hacía ser objeto de respeto. Todo bien con que tuviera nula sensibilidad humana si tenía un 10 en sensibilidad artística.

Los tiempos están cambiando, lo veo en muchos lados, pero sobretodo en mi generación de profesores. Ahora, sea cual sea nuestra disciplina, percibo que estamos comenzando a integrar, que debemos ser inspiradores además de formadores. Que nos debe interesar la salud mental y emocional de nuestros alumnos, por la razón que sea. En todo caso, dicen que por la ley de la atracción todo se devuelve.

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Por José Carlos Salom

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